Aquellas calles vacías y las personas de rostros sombríos en Mantua quedaron muy atrás, porque nunca es demasiado tarde para hacerlo: dar a luz una tasa de contagio superior a los 4400 por cada 100 000 habitantes, donde apenas viven 24 000 personas, era anuncio de colapso evidente.
La ciencia ha hablado de fatiga mental y estrés pandémico y los cubanos sabemos que tales manifestaciones se suman a las brechas que acá solemos horadar en cada ley, por extrema que sea. Pero, ¿qué sucedió? Es complejo decirlo, aunque no imposible. Basta prestar atención a los yerros, y la sumatoria de factores, por si sola, arrojará los resultados.
El miedo más bien fue superado por necesidades inaplazables. Escoger entre la comida y el riesgo de padecer la enfermedad dejó de ser un asunto. Clarabel Batista, por ejemplo, que perdió el pan de la semana y otros productos importantes, porque no pudo salir de casa, no estaba enferma, pero vive en una zona acordonada, podría hacernos un tratado de cómo organizarnos mejor en esta dirección.
Soluciones y propuestas novedosas, hubo muchas: alguien sugirió que llevásemos el pan casa a casa, mientras menos individuos participaran sería mejor; otro propuso que ampliásemos el horario para descongestionar la venta de productos. Alguien aventuró que los bancos abrieran en sus horarios habituales, ¡Pero No! Entonces se dispararon las colas en las aceras y los números de casos positivos.
La burocracia nos condujo a más reuniones- algunas realmente innecesarias- en lugares estrechos, poco ventilados… inadecuados. Así, los centros de aislamiento se abarrotaron de pacientes positivos a la covid19.
Hablemos del delegado, esa mujer u hombre constituyen la autoridad del barrio, pero no administran; por tanto, no pueden decir a tal o más cual, con un salario estatal, interrupto, "Hagan esto o lo otro". Los delegados de Mantua, justo es reconocerlo, han hecho una labor increíble desde sus barrios y comunidades.
Cuando mencionamos el tema es justo mencionar a Alexei Hernández, un joven que ama esta labor y recorre los barrios cada día para saber de sus electores, sus necesidades y cómo aliviarlas en lo posible. Como el también lo hacen, Nancy, María Regla, Yanet, flores y muchos más.
Los centros de aislamiento fueron ambiguos en sus fines. Está dicho que, un sistema es tan bueno o tan malo, como las personas que lo comanden. Si un lugar dedicado aa aislamiento tiene un solo baño para cincuenta personas, no hay restricción de movimiento y no se limpia a diario, por mucho que se esfuercen las autoridades en mantenerlo, es y será un centro de incubación de Covid-19. Algo para pensar y rectificar.
Y los médicos y enfermeras han hecho mucho, y continúan haciendo. Es cierto, no todos trabajan como el doctor, Aniel Rodríguez o la enfermera, Vivian Llanes, quienes después de sus jornadas laborales recorren el barrio tras sus pacientes enfermos.
Pero volvamos a las calles llenas de individuos que desafían el contagio. Dieciocho meses repitiendo medidas, sabiendo de las indisciplinas sociales y no hemos logrado actuar sobre la gente para que su actitud mejore ante el episodio violento del coronavirus, sin dejar de mencionar el gran flujo de pacientes dentro de las instituciones sanitarias con decenas de ciudadanos a la espera, el agro vacío y a cola de la farmacia es kilométrica. Son asuntos para ser pensados nuevamente.
Esta pandemia ha introducido cambios en los hábitos y conductas sociales, en la manera de interactuar, en el estilo de vida y también ha provocado consecuencias psicológicas de todo tipo. En estos últimos tiempos las personas son el reflejo de una lucha que parece no tener fin: la lucha contra el cansancio. Limitaciones impuestas, restricciones y la incertidumbre que les rodea, asociada a la falta de control, generan una fatiga mental, cada vez más difícil de manejar e incluso sostener. Tendríamos que comenzar a pensar, además, en esta dirección.
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