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Un viaje a Pinar Ciego 19Nada como los años finales del pasado siglo para pasarla bien en Mantua. Tiempos de actuar sano y culto merecido a la palabra, guajiro, de la que hoy muchos se abochornan.  Los 70 trajeron a Mantua el Copelita, taxis, el helado en bolas, los ómnibus Girón, que sustituyeron a las guarandingas, y el sorbeto de paquetico.

Era hermoso ver la guagua de Santa María, o la de Dimas, descargar el pasaje en la terminal. De uno en uno, en  fila india,  descendían los guajiros con el machete al cinto, el sombrero de guano y la clásica camisa caqui.

No venían solos, se hacían acompañar de las esposas y los pequeños, y una vez en el asfalto reunían la cuadrilla y se iban a las bolas en barquillos para "caerles a mordidas" antes que se derritieran. La escena era divertida y muchos pobladores, tan guajiros como los protagonistas del frío hartazgo,  hacían la mañana con los rostros asustados de quienes descubrían por vez primera el helado.

Otros se iban hasta el Copelita, donde trabajaban Masha y Masha; una gorda y una flaca, cada una con su máquina pintada a colorines que paría rizados de fresa, de chocolate, de vainilla y de mantecado.

El frozen  es diferente a las bolas: más cremoso y frío, causaba de inmediato la punzá del guajiro a los que se lanzaban a lengüetazos sobre la gélida presa.

  • ¡Ñooooooooooooó!

E inmediatamente se colgaban de la nariz, buscando el aire cálido que les restituyera la respiración.

Algunos leían la tablilla, y si por casualidad había un solo sabor, preguntaban, no fuera  a ser que también tuvieran vainilla y no lo hubieran escrito.

  • ¡Chocolate y va que chifla! - respondían las Mashas.

Y el guajiro, azorado

  • Dispense usted, me da uno de chocolate y dos de vaquechifla.

Los cambios radicales del transporte tocaron la villa a finales de los años 70. Llegaron los Girones y atrás quedaron las laboriosas guarandingas, bautizadas por la machomanía como mariconas, porque se montaban por detrás.

Los nuevos vehículos tenían una o dos puertas, hacían pssssssss,  pssssssssss y asientos plásticos que se adaptaban a las más exigentes posaderas. Pero lo máximo fueron los taxis, pequeños, sofisticados, de la marca Toyota que formaban como disciplinados soldados en medio del poblado. Puede que algunos recuerden los precios; lo cierto es que, eran “carísimos”: tres pesos hasta Arroyos de Mantua, cinco a Dimas, otro tanto a Guane, en fin, un “robo”.

Aun así, los mantuanos se aventuraban a dar una vuelta en los carritos japoneses, para que lo vieran pasear al lado del encorbatado chofer, conquistar una novia o simplemente por subirse al “lujo” innecesario del momento. Había quienes daban una vuelta y se negaban a pagar, porque un peso por recorrer Mantua, desde el Plan hasta la Tierra Baja, ¡era una barbaridad!

Lo de la ropa, era un punto y aparte: La Favorita y otras tiendas, cuyos nombres no recuerdo, sin contar las bodegas del campo, estaban llenas de telas provenientes de la Unión Soviética y el resto del campo socialista. Pero los guajiros, sin excepciones, eran un fiasco en materia de gustos y compraban  una camisa de guinga  y unos pantalones a cuadros.

Buen cinto, buen sombrero, machete Gallito a la cintura, un reloj Poljót en la izquierda y la disparidad de cuadros y cuadritos.

  • ¡Trepaooooooo!

Y el guacho miraba para atrás, sospechando la ofensa a su virilidad.

  • ¡Trepaooooooooooo!
  • Arriba de tu m.... - respondía cabrón y se subía a las gradas de la cercana cancha de básquet, como Melesio en la Peña del León, enfurruñado, a esperar la guagua, con la mano en la empuñadura del guámparo, por si le volvían a gritar, ¡trepaoooooooooo!

Eran los tiempos del nuevo policlínico, y para allá iban los guajiros.  Consultaba el doctor Ventura, un genio de la medicina que sabía de todo: clínica, rayos X, obstetricia...  y de repente se quedó el gabinete vacío: los campesinos se fueron indignados a la dirección porque:

  • " ¡Ese calvo es comadrón!", y yo vine aquí por un dolor en la cintura. “ ¡A mí hay que respetarme!"

Y ni hablar de un tacto rectal, que aún en nuestros días constituye un problema zangandongo en Mantua.

Fuste, el urólogo, le indica a un guajiro de Macurijes:

  • Hágame el favor, quítese el pantalón.

Y la reacción no  se hizo esperar.

  • ¡Usted se ha equivocao conmigo, yo no soy de esos; y aquello es ´pa dar del cuerpo y más ´na!

Sin traicionar el justo derecho que asiste y persiste en conjurar la transculturación, creo que de lo tradicional hemos de salvar,  ante todo, el recuerdo divertido, la utilidad y hasta lo ingenuo; lo demás es agua pasada que ha de reinventarse en el presente, aunque ya no existan las guarandingas y los guajiros de Macurijes, en vez de frozen, prefieran los potes de chocolate que venden en la shoping a 1.10 en CUC.

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