Casi no existen padres que no estén orgullosos y un poquitín ciegos por sus hijos. Y es que, desde el mismo alumbramiento hacemos todo cuanto nos parece justo para allanarles el camino y evitarles los sinsabores de nuestra niñez y nuestra juventud pasadas.
Armados de amor, y sin pensarlo, pronto comenzamos a cometer los errores que conducen al egoísmo, la reafirmación de un género sobre otro y la condescendencia que hoy complace y mañana, trae lágrimas.
Si preguntamos a padres y madres, cómo quisieran que fueran sus hijos, constataríamos cuantos planes de bien han diseñado.
"Estudiosos, educados, generosos, valientes..."
Sinceros deseos que presagian futuros luminosos pierden, sin embargo, correspondencia con la realidad cuando la adolescencia lanza su primera andanada no comprendida, o cuando la juventud que sale del hogar, decide tomar las riendas de su propia vida.
¿En qué nos hemos equivocado?
Muchos alegan exceso de libertad, otros más reflexivos culpan la incomunicación generacional, y otros achacan el problema a los entuertos económico y al desenfreno de los antivalores, o lo que es decir, el enfriamiento de principios que han de regir la conducta humana, sean cuales sean sus raíces y aspiraciones.
Los derrotistas opinan que es imposible detener la tendencia desbocada de energía negativa que alimenta un escenario de indisciplinas y libres albedríos.
Los que no desean mirar de frente al problema, culpan a la escuela y a las instituciones sociales; y los que anhelan soluciones inmediatas opinan que es un asunto de la fuerza pública.
¿Quiénes son los principales encargados de la educación de los hijos?
"Los padres, la familia en su conjunto y acto seguido, la sociedad y sus instituciones". Decirlo, parece fácil, asumir la tarea es otro asunto en el que, a juzgar por los problemas enraizados y el modo de pensar que echa ancla en buena parte de la sociedad, hay mucho por hacer todavía.
Para enmendar las cosas basta con no premiar lo inmerecido, justificar el fracaso, alimentar el egoísmo, o aseverar una mentira en boca de nuestros hijos, Eso es lo primero. Lo otro es recordar que el camino al abismo está empedrado de todas las buenas intensiones del mundo, y que la vida se encarga, cada día, de reafirmarlo. A buen entendedor…
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