Es la mañana de un día común y para los trabajadores sociales otra página de respaldo a las personas humildes. Mientras, en la vivienda de la joven Kirenia Quintana ella y sus hijos esperan.
Ella tiene seis niños entre 10 y dos años de edad. Tan numerosa prole es algo fuera de lo común en tiempos de mínimos nacimientos. Pero hoy están de plácemes porque Pedro Julio, el trabajador social, les trae colchones para todos, ropa de cama y vestidos para que la alegría reine en casa.
A pesar de la timidez, los chicos acceden a posar para la cámara y adelantan sus planes para el futuro. “Cuando yo sea grande voy a ser médico, dice Jason, de unos cinco años”, mientras su hermano menor, desde la cuna, ríe y aplaude.
A Kirenia los laberintos del destino le fueron adversos. “Yo no pensé bien las cosas, no estudié cuando tuve todas las oportunidades y ahora tengo mis seis hijos, por eso quiero que ellos no pierdan tiempo”.
Al preguntarle por el futuro de sus pequeños, ella no vacila y resume la jornada con la mejor enseñanza de esta historia.
“Ellos serán todo lo que quieran y puedan ser, porque viven en Cuba.”
Kirenia Quintana es una madre joven para quien la vida ha sido una aventura de colores grises, pero el estado cubano acudió para que sus vástagos no pierdan la sonrisa y el desamparo jamás vuelva a reinar en su morada.
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