Decía mi abuela que en gloria esté, que este país tenía una deuda social inmensa con su gente. Nada tan real como esas palabras. Ciertamente hay una deuda social que solo puede ser salvada con políticas públicas que impacten, revolucionarias, novedosas y despojadas del más rancio proselitismo político de moda.
Hoy anduve por los Palacios, tuve chance de recorrer su calles, sentir la transformación, de agobiarme con el dolor ajeno, respirar el aire que traen los cambios para bien.
Un municipio que cuenta con comunidades en transformación, que carece de todos los trabajadores sociales que necesita para atender las penurias de esos vecinos que habitan la realidad más cruda de sus 60 circunscripciones.
Los Palacios no es el Marianao habanero, sin embargo avanza. Con heladería, un área para la producción de yogurt y próximamente fabricarán queso. Que es insuficiente, es un hecho, pero marchan bajo el rumbo de hacer, buscar solo en el trabajo las respuestas a los problemas más agudos.
Caminé bajo un sol castigador las calles sin asfalto, palpé la identificación de un pueblo con su periodista, como resultado de un reconocimiento social, ganado a base de trabajo, sudor de pueblo, sentir de calle y lealtad a principios patrios. Todo eso lo resume Ricardo Rodríguez González .
Es cierto que no hay para todos. Real es que solo un poco más del 45% de las familias afectadas por el último ciclón, han resuelto su problema de vivienda. Pero avanzan en el plan de construcción para el año, (más de 100 deben hacer) hoy esas que están enmarcadas por el esfuerzo propio andan rezagadas. Valdría la pena ser más enérgicos en el control de esos recursos, en revisar a donde van. Si realmente paran en las casas, o son fruto del mercadeo virtual de moda por este tiempo.
Ahí está Lázara, como muestra inequívoca de lo que es una trabajadora social comprometida. Morena linda que exhibe el oro en sus manos, pero no está obnubilada ante las carencias de sus asistenciados.
Lo puede decir Paredes veterano de la guerra en Angola. Hoy la Revolución le hizo una casa tipología 4. Quizás no es lo que merezca este viejo "come candela" como dicen por ahí, pero solo no lo dejó. Paredes no corre la misma suerte que Luis, otro anciano de los que atiende Lazarita. Tiene una chequera de 3000 pesos, dice que "escapa con eso" y las atenciones que en la figura de Aliuska, la secretaria del PCC le brindan.
Luis está casi cojo, arrastra un pie y se apoya en una muleta. El peso de los años ha caído sobre él. Vive solo, su único hijo hace seis o siete meses emigró. Quedó como muchos en esta Isla, al amparo de la asistencia social; esa imperfecta pero que en la medida de lo posible llega hasta los más necesitados. "Me hicieron una casa mejor que el bajareque que tenía" dice asustado de ver a tanto periodista. "Pero es algo, para vivir, al menos esta segura. Yo fuí afectado por varios ciclones", sentencia con voz entrecortada.
Tanto Ramoncito como Aliuska saben que 1500 pesos no aporta mucho, en medio de una súper inflación, casi descontrolada ya en el país. De ahí que adviertan en el futuro, será este hombre de 71 años, uno más entre las largas listas de nombres en los Sistemas de Atención de la Familia.
El cielo se ha encapotado, pero no podemos irnos de aquí sin llegar a la casa de Mirtha y su nieta Bárbara. Esta última, con serios problemas psiquiátricos. La historia de la familia es de resistencia. Ella le habla a Yolanda, una colega que le brota el periodismo a raudales, de sus necesidades. Del alprazolan que no pudo alcanzar por estar coja, de las ayudas que le han enviado a ella y su nieta enferma, de los sacrificios que hace más de 30 años emprende con su muchacha cuando quedó bajo su resguardo. Le habla con agradecimiento también. Sabe que hay muchos peores que ella. "Al menos este techo es de placa! Se moja por ahí, señala hacia arriba, pero con un poco de cemento que me dieron se puede resolver".
Hay tanto por arreglar, por hacer. Bárbara mira a Aliuska y la reconoce, le dice que ella ya había estado antes. Y hasta ahí deben ir todos los cuadros, para saber qué color, olor o sabor tiene la miseria, esa por la que hay que trabajar para erradicar.
Los Palacios tiene una deuda como toda Cuba con su sociedad. Seguro estoy no es de las más endeudadas, pero esa hipoteca está clara, palpable.
Trabajar por eliminar esas brechas fue de las cosas que hablamos como una madre y un hijo, sentado desde su oficina. Ella, una mujer que viaja diario decenas de kilómetros, dejando atrás a su única hija, para ser la madre de muchos otros. O Ramoncito y Carlos, presidente del gobierno e intendente respectivamente, que no hay rincón donde no se comente de ellos, de su pasión porque las áreas deportivas renazcan. Del chequeo a las obras en construcción, el desvelo por asegurar la llegada de la leche líquida rápido para evitar que no se corte. O el compromisos que le imprimen a los forestales, para que aseguren madera en la vivienda y también en la fabricación de sarcófagos. En el acompañamiento a sus atletas.
Los Palacios nadie duda que se transforma, que va rumbo al desarrollo social que merecemos y cerrar los ciclos con valor agregado a cada producto. ¿Qué falta un mundo? Es verdad, pero avanza y es evidente.
Hay que trabajar sin detenerse, para como decía mi abuela Julia, (una revolucionarias empedernida) saldar esa deuda social inmensa del país, con su gente.
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