Mantua y su relación funesta con el fuego

Incluso, en la actualidad, muchos refieren que la injuria infligida por los pobladores a la joven, Nieves Catá, quien, víctima de la hipocresía y los prejuicios raciales,  se viera forzada a dejar el poblado un día después de haber bailado con el Lugarteniente General Antonio Maceo en el casino mantuano, provocó la ira del caudillo.

Pocos conocen de la fatal relación de la villa de Mantua con el fuego. La historia recoge tres incendios en el poblado a lo largo de un siglo, aunque el más conocido es el que ocurriera un mes después de la llegada de la Invasión.  Es difícil precisar los motivos que tuvieron los patriotas para incendiar la villa que el 22 de enero de 1896 los acogiera como libertadores. Incluso, en la actualidad, muchos refieren que la injuria infligida por los pobladores a la joven, Nieves Catá, quien, víctima de la hipocresía y los prejuicios raciales,  se viera forzada a dejar el poblado un día después de haber bailado con el Lugarteniente General Antonio Maceo en el casino mantuano, provocó la ira del caudillo.

Otros consideran que, una vez abandonado el caserío por las tropas mambisas, el intento de los soldados peninsulares de hacerse fuertes en el lugar, motivó la decisión de los insurrectos. El caso es que al anochecer del 22 de febrero de 1896, los escuadrones de Ramón Lazo y José Estévez, en cumplimiento de la orden dada por el coronel Antonio Varona, redujeron el pueblo a cenizas y era la tercera vez que el fuego sellaba el destino de la villa noroccidental.

En la noche del 8 de  abril  de 1821, el primer incendio que recoge la historiografía local destruyó las  escasas edificaciones del pueblo. La exégesis popular no recoge detalles del accidente o la premeditación que hiciera de Mantua pasto de las llamas; lo cierto es que  muchos  vecinos quedaron en la miseria más atroz con la pérdida de todas sus pertenencias. Algunos reportaron haber perdido entre  15 y 20 mil pesos, cifras astronómicas para la época y Antonio Quintero, vecino prominente de la villa, en carta  enviada  el  9 de abril al teniente  gobernador  de  Nueva Filipina,  reveló  que en el incendio había tenido  pérdidas  por valor de un cuarto de millón de pesetas.

     Los siguientes años fueron muy difíciles para los  mantuanos.  Aparejado  a  la reconstrucción del  pueblo,  tuvieron  que enfrentar la hostilidad de los corsarios colombianos cuya zona de operaciones  incluía las aguas de ensenadas y puertos de la  porción  más occidental de la isla. Los   navíos   de   cabotaje   que   partían  desde   costas   mantuanas   hacia La Habana o hacían el  trayecto a  la  inversa eran atacados y abordados con frecuencia  por  los filibusteros que, una vez culminado el saqueo, hundían las naves.

 Como consecuencia, el  comercio decayó notablemente, pero Mantua prevaleció y para 1839 la pequeña villa de descendientes italianos mostraba una prosperidad notoria entre las del occidente pinareño.

Sin embargo, la suerte le fue adversa  una vez más. En la noche del 8 de marzo de 1840 un incendio desatado  en el establecimiento de Ramón Urquiola destruyó el pueblo  en  sólo quince  minutos, dejando otra vez a las familias sumidas  en  profunda indigencia.

  Los vecinos de Mantua trabajaron tesoneramente para levantar el pueblo por segunda vez en una década y ya a finales de 1841 se enumeraban  cincuenta  casas  nuevas, construidas  en  su mayoría  con  materiales rústicos, tabla  de  palma  y guano, sumamente inflamables.

 Incentivados  por los donativos y por sus propios afanes  de prosperidad,  los vecinos de Mantua resarcieron las secuelas  del incendio  y propinaron un impulso considerable al pueblo en  sólo dos años.

      En 1846, el pueblo estaba conformado por 39  casas y  16  comercios, proporción desmesurada si se  tiene  en  cuenta también que solo habitaban en Mantua 186 personas.

Cincuenta años después, como ya explicamos, la tea incendiaria de los libertadores destruyó al Fénix cubano que, una vez más renacería de sus cenizas para prevalecer hasta nuestros días con su carga de historia, su singular manera de enfrentar el presente y soñar el futuro.

  1. Hoy la villa noroccidental eliminó en más del noventa y ocho por ciento las techumbres de hojas de palmeras y tiene una estación de bomberos voluntarios, prestos a partir.

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