El misterio de las convergencias ha tenido este sábado 1 de julio sus

incidencias históricas  con sabor a décima desde Las Tunas (Fiestas
cucalambeanas) a Pinar del Río (Ranchón del Guamá).  

Hace 188 años vio la luz un poeta para cantar en versos y difundir con la
estrofa mágica su orgullo de cubano y hombre de campo, testigo de un  reino
bucólico alrededor del  Hórmigo.

Ahora, a orillas de otro emblemático río, pero  en Vuelta Abajo: el Guamá,
el Cucalambé sigue teniendo sus continuadores que, bajo el manto de ese
misterio lírico, lo evocan  y enaltecen.

El verde caimán antillano donde sus escamas musicales tienen en la décima
raíces  ancestrales, une cabeza y cola con el canto de sus poetas y el
deleite de la música campesina.

Darle comienzo al guateque fue como una bienvenida al recuerdo y la obra de
Juan Cristóbal Nápoles Fajardo.

 

Denme, musas, el mensaje,

el contrapunto que  entraña

de palma, tabaco y caña

el bucólico paisaje.

Del habano,   su linaje

en el sabor cotidiano,

el tres, la guitarra en  mano

junto al laúd que  heredé,

ecos  del Cucalambé,

décima  y punto  cubano.

 

Y tal parece que Francisco Riverón Hernández (1917-1975) estaba a mi lado
cuando, arrobado por las cuerdas de temple  criollo, cantó:

 

¡Oh, Victoria de Las Tunas!

vengo de quererte a ratos,

aún hay polvo en mis zapatos

de tus veredas montunas.

Te pregunté por las lunas

que campo arriba y a pie,

vieron al Cucalambé,

hermano de surco y monte

con su criollo sinsonte

de tabaco y de café.

 

Estos hilos de luz son los que lejos y cerca, desde lo arcano a lo
inmediato, trascienden en los empeños del hombre por conservar, enaltecer y
prolongar  la vida de su canto y con él sus más íntimas y humanísticas ideas
y sentimientos como un eco universal que nos une a todos en una sola madeja:
la espiritualidad.