En la Serie Nacional del 67-68, sus dos equipos habían quedado en lo último de la cola. Uno, el que llevaba el nombre de la provincia, solo había ganado 12 juegos y había complacido a los rivales en 85 ocasiones (nadie ha roto todavía ese récord de derrotas); el otro, de nombre Vegueros, le antecedió con 33 y 65.
Diez años después ya la historia era otra. Los que antes iban a una fiesta cuando jugaban contra los equipos pinareños, ahora sentían en los huesos el frío de la tumba; los esperaba, nada menos, que un Vegueros que iba a ser por primera vez —que no única— el campeón de la Serie Nacional. Tan virtuosos y universales como los «mosquetes» liados a mano con las hojas de tabaco cosechadas en Vueltabajo, han sido varios jugadores de béisbol de esos lares.
Con el bate, entre tantos, dos fueron muy fieros: Luis Giraldo Casanova y el Niño Linares. Sus batazos no cabían en esta isla larguirucha, y allá, donde se juega el mejor béisbol del mundo, los jerarcas estiraban los ojos para verlos mandar la pelota a la luna y también estiraban unos cheques que ellos les «bateaban» con semejante fuerza. Nadie olvida tampoco que en esa porción de Cuba los pitchers parece que se cosechan en los mismísimos vegueríos. Por lo endemoniado de sus envíos, el olor a victoria que tienen cuando se encaraman en el montículo y por el goce que dejan en su afición.
También son muchos nombres. Pero aquel tenedor de Rogelio (García) se reía de los bates como la slider alérgica a ser «tocada» de (Pedro Luis) Lazo. Así, tras la permuta del sótano hacia el penthouse donde viven los cuatro históricos, Pinar del Río anda por diez coronas: seis de Vegueros y cuatro con el nombre de la provincia.
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