Lo cantaba Alfredito Rodríguez, Pedrito Calvo y otros más: pertenecían a un mundo de buenas personas, y las letras de sus canciones derramaban virtudes por las que se consideraban excelentes miembros de la sociedad, simpáticos y hacendosos, de esos que todo el mundo quiere.
Ser buena gente siempre significó hacer el bien sin reparar la hora, los recursos y el calibre del necesitado. Era algo así como el salvador del barrio, el que siempre estaba dispuesto y valía su peso en oro.
Pero los tiempos y los escenarios cambiaron, y con ellos cambió la semántica: hubo momentos difíciles allá por los años 90, en los que lo mejor y lo peor de cada uno afloró a la superficie. Muchos, afortunadamente, siguieron siendo buenas gentes, y estuvieron dispuestos a compartir, sin que mediaran cortedades financieras, el efímero plato de comida en la mesa.
Otros sacaron las uñas y cerraron los ojos, por aquello de que, la pobreza repartida no era asunto de ellos. Fueron los retoños incipientes del maceta, del despiadado que roba a mansalva y de quien se llena los bolsillos con las necesidades de la mayoría.
Por eso también hemos de hablar de las malas personas, surgidas al calor de una falsa interpretación de sus aspiraciones y necesidades materiales.
Aquella joven, nacida y criada en el seno de una familia de buenas personas, contrajo nupcias con un emigrante y enseguida llamó mediocres a sus conciudadanos. Puede resultar un ejemplo traído por los pelos, pero es real y representa ese paso que los agudos de pensamiento interpretan como el tránsito de buena a mala persona.
“Pienso como vivo y lo demás es coser y cantar”, una interpretación muy simplificada de la vida, que no siempre dura, porque los castillos de naipes suelen derrumbarse con el batir de alas de una mariposa. Lamentable es que los que caen en semejante bache, no tienen suficiente alcance visual para comprenderlo antes que sea demasiado tarde.
Conozco buenas gentes, y también malas: las primeras son capaces de asumir tus problemas como suyos y llevarlos hasta las últimas consecuencias ¡Es muy bueno que existan! pero también sé de malas personas, esas que te reparan de arriba abajo, te niegan asistencia si eres humilde, ignoran a quienes consideran inferiores, maltratan desde sus cargos públicos y se llenan la boca para decir: medimos resultados, no esfuerzos, sin conocer el sacrificio de la gente.
Afortunadamente, los pícaros son tontos, y la suerte fabricada a expensas del sudor ajeno, no dura para siempre. Es la inexorable rueda de la vida que hoy te pone en la cima y mañana te arroja a la primera planta. Entonces el rictus de superioridad del maloso se torna en llanto plañidero.
La psicología reconoce plenamente a las malas personas, y la sociedad tiene que aprender a identificarlas, para que el daño sea menor y la conjura de la mayoría sea efectiva.
Cuando usted se levante, piense en cómo ayudar a alguien, aunque apenas lo conozca, salga a la calle, salude, mire de frente y practique la cortesía, despréndase de algo que pueda compartir y no tenga miedo de abrazar a un obrero, dar la mano a un hombre sencillo, o besar el rostro de una mujer humilde y sacrificada. Si usted es jefe, respete a sus subordinados, hágales sentir lo importante que son, ayúdelos a concretar sus sueños y de tal modo se descubrirá a sí mismo como ciudadano de un mundo de buenas personas.
Y no haga estas cosas para probarse a sí mismo. Hágalas con el corazón y verá que al final del día usted tendrá una sonrisa en el rostro, en las noches dormirá mejor y será, sin lugar a duda, integrante de un mundo de buenas personas.
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