¡No nos entendemos! Y no solo por motivos del café fuerte y amargo que bebemos, el mojito y los tostones, símbolos identitarios y para nada compartidos. La causa está en el espectro de un pasado horroroso que el hechicero mayor del orbe despertó para lanzarlo contra la humanidad.
Algunas naciones se enfrentan al hálito de la guerra, la migración y la hambruna; nosotros en esta isla nos enfrentamos al fantasma de los batistianos, aupados por la insanidad mental del Rubio alto del peinado raro.
Al amparo de la Helms- Burton, ley de la esclavitud, José Ramón López, hijo del antiguo presidente de Cubana de Aviación, José López Vilaboy, uno de los grandes amigos de Fulgencio Batista en la flagelada Cuba anterior a 1959, pretende una compensación por su heredad en la isla, el Aeropuerto Internacional “José Martí”.
Este hombretón trata de pellizcar un dinerito a las aerolíneas estadounidenses y españolas que vuelan a Cuba, y de paso le hace cosquillas a la política de Trump, exclusivamente orientada a ganar el voto de los cubanoamericanos de Miami.
Lo que no ha dicho en parte alguna el pomposo José Ramón es que Batista, el hombre del 10 de marzo, era el verdadero accionista mayoritario del negocio de su padre, y es muy probable- ¿Por qué no? -que en medio de la polémica aparezca un descendiente del sátrapa y, también le suelte un, “imposible entendernos, el pastel es todo mío”.
La Revolución cubana fue una necesidad reconocida, incluso por J.F. Kennedy, quien afirmó que, “ningún país fue más humillado que Cuba”. Hoy los herederos de la élite batistiana, los que humillaron, quieren la tajada que sus progenitores dejaron al salir huyendo aquella madrugada hace 60 años. Un motivo más por el que es totalmente imposible entendernos.
Lo más curioso es el eco con tufos a “verosimilitud” que manejan los grandes medios. Una parte de los que asisten a este show estéril, afirman que es “legal” la demanda; otros, de sentidos más aguzados, pragmáticos, entienden que no conducirá a nada como no sea elevar al emperador en su segundo capricho (léase mandato)
Por lo visto el descendiente de López Vilaboy desea un peritaje con su correspondiente indemnización por todo cuanto existe hoy en el “José Martí”; al parecer desconoce el reducido número de aeroplanos DC-3 que quedaron abandonados en medio de la maleza de Rancho Boyeros después de la apresuradísima estampida de la élite del dictador Fulgencio. ¡Ay, Joseito, no había mucho que contar!
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