Cincuenta y siete kilómetros de carretera, bordeando la costa sur de la península de Guanahacabibes, a través de acantilados y diente de perro, conducen al Faro Roncali, primera señal de ayuda a la navegación en las costas cubanas.
Al final del camino, una torre de roca caliza de 24 metros de altura, desafía el tiempo y los elementos. Chinos culíes y esclavos africanos fueron los constructores de esta obra próxima a cumplir 170 años.
Desde 1796 se intentó situar una señal de luz en el extremo más occidental de Pinar del Río, justo donde el navegante Sebastián de Ocampo demostrara a Cristóbal Colón que Cuba era isla y no continente
53 años después, bajo la égida de Francisco Roncali, Capitán General de la Isla se situó la primera piedra. De una cantera cercana, auxiliados con picos y barretas, cortaron las rocas que dieran vida a la estructura. Un junio se supervisaron las obras por enviados del Capitán General, y el 15 de septiembre de 1850, el faro entraba en funcionamiento.
En sus albores, la linterna funcionaba con aceite de oliva, traído en barcos de guerra una vez por mes, junto a los víveres que auxiliaban a la dotación del faro. En 1955 se sustituyó la máquina Fresnell, fabricada en Francia que había prestado servicios por 85 años, por otra de igual marca que permanece en funcionamiento. Como antaño, tres torreros, se encargan de su conservación y funcionamiento.
Casi una década atrás, este gigantesco testigo de ciclones, huracanes y acontecimientos de envergadura para la historia patria, fue sometido a profunda restauración para devolverle la operatividad que por más de un siglo ostentara en su misión de garantizar la navegación por los mares próximos al Cabo.
Desde su cúpula, se observan cenagales cuajados de naturaleza exuberante, el bullente océano, las instalaciones de la estación meteorológica y otras dependencias de servicios, necesarias para la operatividad del faro. Modernas plantas producen energía para hacer funcionar la luz y garantizar las condiciones de vida de los operadores y sus familiares
Con la caída de la noche, el mecanismo del faro se pone en funcionamiento: el torrero de guardia activa los grupos electrógenos, da cuerda al Fresnell, sube el contrapeso y los destellos recorren el mar hasta la distancia de 18 millas, anunciando a las naves que doblan el Cabo, la proximidad de arrecifes y naufragios.
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