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A 60 años de la campaña de alfabetización en Cuba y gran hazaña que realizaron miles de jóvenes y adolescentes, una pregunta es recurrente. ¿Qué es un maestro?

Las respuestas pueden ser infinitas, incluso debemos priorizar la importancia que le daba a la profesión, José Martí, uno de los pensadores cubanos más grandes de todos los tiempos, cuando dijo que: "Educar es preparar al hombre para la vida”. Por tanto un maestro es algo grande.

Si reflexionamos sobre el tema, y mucho más en la actualidad, estamos de acuerdo en que a los educadores les corresponde la gran tarea de preparar a las generaciones actuales y futuras, aquellos que darán continuidad a la existencia en el planeta.
Hoy en el mundo son abundantes los graduados en el magisterio, y que ejercen en las diferentes enseñanzas e imparten las más variadas asignaturas, gracias a ellos por la elección.

Dedicarse a esta profesión es algo serio. Un profesor no es solo alguien que estudió cuatro o cinco años en los mejores institutos, o que recibió el último contenido científico, metodológico o pedagógico. Es mucho más.

Tampoco es solo aquel que marcha todos los días a su centro de trabajo bien temprano en la mañana, y con borrador, tizas, lápiz, libretas, y otros medios, se dedica al afán de enseñar. Ni quien regaña a sus alumnos cuando estos se comportan mal y les aplica normas y medidas de disciplina. Es mucho más.

Imposible que el concepto se circunscriba a quienes se limiten a cumplir estrictamente con aquello por lo que se les paga un salario: enseñar contenidos, preparar conferencias superactualizadas o clases prácticas con la aplicación de los mejores métodos y medios, amén de garantizar la buena conducta de los alumnos.

Un maestro abarca más que eso. En todas las sociedades y tiempos hubo figuras principales que crearon escuela y que dejaron un legado ejemplarizante y un camino a seguir, se convirtieron en patrones inconfundibles, y plasmaron lo que los diferenciaba de un repetidor de conocimientos.

Podríamos cimentar nuestra hipótesis con la mención de hombres de la talla de Félix Varela, considerado uno de los forjadores de la nación cubana; de José Agustín Caballero; de Rafael María de Mendive, José Martí y José de la Luz y Caballero, quien dedicó su vida a la pedagogía.

Por supuesto, las personalidades mencionadas constituyen paradigmas, pero en todas las épocas hubo buenos profesores y en la actualidad también abundan, para serlo solo bastan dos condiciones: amor por la profesión y respeto pos sus alumnos, independientemente de la edad de los discípulos y del tipo de enseñanza.

Un educador conoce los contenidos, busca la mejor forma para enseñar, y a la vez ama, pero sobre todo comprende que este último sentimiento está por encima del saber.

Quien de verdad ejerce el magisterio deja huellas en sus alumnos, trasciende, y al pasar los años es recordado por sus acciones y su pensamiento, y por transformar a los alumnos con problemas de conducta y asimilación en los contenidos, en personas capaces de desenvolverse en la sociedad, por enseñarlos a enfrentar los problemas, y a pensar y valorarse a sí mismos.
Orientar, conducir, comprender y ayudar pasan a ser infinitivos adjuntos en la vida de un pedagogo respetado. Son hombres y mujeres que traspasan la línea y se preocupan por el mundo interior de los estudiantes, por conocer sus preocupaciones y problemas para encauzar la solución.

Cuando caminan por el barrio, la ciudad, o cualquier parte se vuelven lumbreras, que iluminan con su ejemplo, el comportamiento adecuado, la forma de hablar y de dirigirse hacia los demás. Devienen patrón a imitar y figura principal de cualquier comunidad.

Eso y más, son los educadores, los mismos que enseñan a leer, a escribir, a amar a los padres, a la familia, los vecinos, a la Patria. Los que desde sus clases y en cualquier momento fomentan valores humanos importantísimos para la vida. Para ellos, que son muchos, el merecido homenaje.

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