Nuestra Región

De cenicienta a princesa de Cuba

Las lidias de gallos

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Por Gerardo Ortega.

De tal modo caracterizó al cubano la diversión de la lidia de gallos, desde muy al principio, que cada visitante de la Isla cuando escribía en su diario de viajes lo que le resultaba típico sobre nosotros, se refería a las mismas; así, por ejemplo, ocurre, desde mediados del siglo XIX, cuando Don Nicolás Tanco nos visita, en enero de 1853.

Por cierto que fue en ese mes y año cuando nace nuestro Héroe Nacional José Martí; y no podemos obviar que en el primer documento suyo que se conserva - la carta a su madre desde Hanábana, siendo un niño, en 1862 - se refiere a su gallo fino: "Todavía tengo otra cosa en que entretenerme y pasar el tiempo, la cosa que le digo es un Gallo Fino que me ha regalado Don Lucas de Sotolongo, es muy bonito y papá lo cuida mucho, ahora papá está buscando quien le corte la cresta y me lo arregle para pelearlo este año, y dice que es un gallo que vale más de dos onzas".

En esa fecha, Tanco nos dice, luego de narrar sus primeras impresiones, el aspecto que presentaba La Habana, algunas costumbres genéricas, una visita que hace a cierta familia en la capital y otra a un ingenio, sobre las diversiones públicas lo siguiente:

"Las peleas de gallos es otra de las diversiones favoritas del pueblo cubano; no hay casi pueblo, por pequeño que sea, donde no haya una famosa valla frecuentada por lo mejor de la sociedad. Todos los años, en los pueblos que llaman de temporada, es decir, aquellos donde hay baños, y donde las familias acomodadas van a pasar los calores del verano, se forman partidas, bandos, que dan origen a una serie de diversiones. Cada bando nombra su reina, que generalmente se escoge entre las jóvenes más hermosas; todos los días hay peleas de gallos por la tarde, y luego por la noche hay baile. El último día se reservan los mejores gallos, se hacen apuestas de sumas inmensas, y el partido que gana corona a su reina; la saca en triunfo en medio de los estrépitos más grandes. Al momento se publica el triunfo en todos los diarios, y se engalanan sus columnas con multitud de décimas y poesías dedicadas a la reina vencedora. Es increíble el entusiasmo que se apodera de los jóvenes en estas funciones; todos toman la cosa tan a pecho, desean con tal interés el triunfo de su bando, y son tan celosos de su reina, como si fueran partidos políticos o religiosos en tiempo de efervescencia y de pasiones. ¡Qué güelfos ni gibelinos encarnizados! ¡qué católicos ni protestantes! ¡qué rojos o conservadores habían de aborrecerse unos a otros! Todos los jóvenes adoptan una cucarda o divisa según el partido a que pertenezcan, y hasta las corbatas de ser del color adoptado por el bando respectivo. Bien es sabido que cuando se llega a un grado semejante, los disgustos y molestias se hallan muy cercanos. Los pueblos más afamados para esta clase de diversiones son Guanabacoa (dice Guanavacon), el Cerro, Los Puentes, Güines, Guanajay, etc".

Y no es Tanco el único que deja así su testimonio al respecto de una visita a una valla de gallos en la Isla, durante ese siglo, ni son los lugares señalados, los únicos "más afamados" para esta clase de diversiones.

En Pinar del Río, por esos años, y sobre todo durante el desarrollo de sus fiestas más tradicionales y populares: "La Fiesta de los Bandos", las lidias de gallos eran uno de los entretenimientos más connotados y allí, en "el callejón de los muchachos" y más exactamente en el área posterior de lo que sería el palacio de Gustavo y después Hotel Comercio, se daban cita los bandos rojo y azul durante tales fiestas, para desarrollar, tal y como aquí cuenta Tanco, el enfrentamiento en honor de su Reina. Así nos lo dijo en uno de sus Apuntes, luego compilados y prologados por mí y editados por José R Fraguela, el Doctor Antonio R Delgado Villa. Pero, me limité a Tanco, entre los visitantes, porque su descripción se ajusta muchísimo a lo que ocurría en nuestras Fiestas de Los Bandos, en 1849, 1863 y 1880, cuando son citadas o descritas por Tranquilino Sandalio de Noda, Gertrudis Gómez de Avellaneda y Felipita Estrada García.

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