Soldados con la saya bien puesta

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 La mujer cubana ha sido ejemplo de gallardía en la defensa de su patria desde la Guerra de Independencia y después cuando Fidel diseñó el esquema estratégico de Defensa de todo el pueblo, han contribuido mucho más.
El desembarco
Helena Acuña Mayeta jamás disparó un arma, pero casi una niña se jugaba el pellejo cada día y cuando la Revolución estaba encaminada, entonces vistió por muchos años el uniforme verde olivo con los grados de suboficial.
Es de lenguaje fluido y su narración enternece: “Cuando el desembarco por Las Coloradas, en Niquero, yo ese día me encontraba en Media Luna; como campesina en los días de diciembre bajábamos al llano a comprar ropa para fin de año.
“Y había un reperpero, los guardias pasando en camiones, se veía aviones y oímos que había un desembarco. Pronto subimos para donde vivíamos en la montaña, andábamos a caballo, y cuando llegamos a casa le dijimos a papá, José de Jesús Acuña, que había un tremendo trajín, por un desembarco.
“Nuestro padre se interesó y le respondimos que era un tal Fidel Castro. Él, más conocedor, dijo: ese es el hombre que nos viene a salvar. Como era carretero siempre estaba metido en protestas y cosas así.
“Pasaron días y nos íbamos enterando de que estaban en Cinco Palmas, que se salvaron unos cuantos y … todas esas cosas que se comentaban.
“Un día bajó un rebelde, conocido de nosotros, con los pies en muy malas condiciones, pero además nos contaba que Fidel estaba en San Lorenzo reuniendo jóvenes y ya tenía bastantes incorporados, que Celia estaba allá con él … Después de eso empezaron a bajar a nuestra casa, que estaba metida a la orilla de un río y rodeada por cafetos, bueno servía como para un campamento y además éramos de confianza.
“Sabíamos que Celia Sánchez organizaba a jóvenes para que se incorporaran a la sierra y preparaba cosas. Estábamos en la finca Vista Hermosa, pegadita a un lugar que se llama Marcano, eso está en Media Luna… mira de San Ramón pa´arriba”.
La guerra
Aun con sus ocho décadas no olvida ningún detalle. La familia, de hecho, se fue sumando a la guerrilla, un hermano como combatiente y los demás apoyando en el trasiego de alimentos, uniformes y otras vituallas entre el llano y la sierra; cuidando enfermos y facilitando la llegada de combatientes que se sumaban a la guerra.
No estaba entrenada militarmente, no era su función, aunque tuvo una pistola de la que tuvo que deshacerse por los constante registros de los guardias rurales. Ellos indagaban cómo estaban armados los mau mau,- así les decían a los barbudos- y tenía instrucciones de responder, “Están armados igualitos que ustedes” y escuchaba como comentaban con sus jefes “tenemos que irnos antes de que caiga la noche”.
“Empezamos a hacer los uniformes y los brazaletes para la tropa, a preparar comida, aquello era un barrio y nos sumamos todas las muchachas de la zona. Allí mi jefe era Luis Téllez –era solo un rebelde más, luego se hizo gente importante- y el jefe de él se llamaba Rafael.
“Un hermano mío fue para San Lorenzo como parte de la guerrilla, también unos primos Antonio y Pepito, pero esos cayeron en la lucha.
“Mi tarea principal era bajar al pueblo, porque llegó el momento que los hombres no podían bajar a nada, pero había un conecto en Manzanillo donde podíamos obtener ropa y cosas, lo difícil era trasladarla, había que inventar para que los guardias no te detectaran.
“Manzanillo a donde yo vivía tenía que pasar por las áreas del aeropuerto, que siempre estaba lleno de soldados, también por Campechuela y en San Ramón cogía un carrito de línea que te subía un tramo bien arriba y de ahí para la montaña a caballo. Allí me esperaban los rebeldes. También a veces tenía que ir a Cayo Pino y al Caney de las Mercedes a llevar mensajes.
“En el Caney de las Mercedes estuve atendiendo a un rebelde que lo bajaron porque estaba en muy estado de salud, que se llamaba Pito Motalá. Ese lo asistí como tres meses escondido en la casa de una tía de Francisco Echevarría que era revolucionario de confianza.
“Antes de ir para la montaña Pito Motalá me regaló una pistola, pero hubo una denuncia y la pistola tuvimos que esconderla en un plantón de hierba de guinea. Los registros eran horribles y no podían hallar nada, porque te costaba la vida… allí lo perdimos todo, la guerra ahí estaba en apogeo.
“La misión mía fue esa, nunca disparé un arma, aunque sí éramos del Primer Frente. Alguien un día me preguntó por el pelotón de mujeres que organizó Fidel, pero esa fue gente diferente, selecta, con experiencia y preparadas, yo era de la retaguardia.
“Un rebelde en una ocasión llevo una máquina (auto) para esconderla, pero llegaron los guardias y todo el mundo tuvo que irse, solo nos dejaron a mi mamá (María Esther Mayeta Sotomayor) y yo. Los guardias nos tenían locas, esos estaban muy armados.
El triunfo
“Cuando triunfa la Revolución yo volví para el Caney de las Mercedes, luego se comenzó a construir la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos y un hospital, entonces pasé un curso de sanitaria, pero tenía que hacer las mismas obligaciones que de una enfermera, hasta incluso dirigir, y trabajaba allí con los militares, aquello era una Comandancia y entre los jefes el comandante Armando Acosta y otro oficial, Olivera.
“Pero realmente tenía muy bajo nivel cultural y pedí venir para La Habana para la escuela Ana Betancourt, donde estuve dos años, obtuve un cuarto nivel, pero me encontré con el comandante Omar H. Iser Mojena y me dice, “guajira, vámonos para Pinar del Río”, yo necesitaba trabajar y acepté.
“En Pinar del Río es cuando por vez primera comienzo como militar, estuve como suboficial de Comunicaciones hasta que después de muchos años de servicio me jubilé. Esa es mi breve historia, tengo dos hijas, nietos, y disfruto de mi hogar con mi esposo el mayor ® Julián Ledesma, de las FAR.

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