Entre malabaristas y payasos…

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Más de 200 años tiene la tradición del circo en Cuba. Ya hacia fines del siglo XVIII se informa en las Actas Capitulares del poder colonial la presencia en la Isla de malabaristas, prestidigitadores, saltimbanquis, mimos y funambuleros, que acudían a la celebración del Corpus Christi. Se dice también de payasos y titiriteros vendiendo su arte en plazas públicas y casonas de ricos.

Nuestros abuelos cuentan de aquellos circos itinerantes que emplazaban su carpa corroída en caseríos y campiñas, encendiendo el asombro de los lugareños. Los artistas vivían como gitanos y prometían regresar pronto, pero casi nunca retornaban. Fue así como las gentes, se quedaron prendadas del circo para siempre y aun hoy, repletan cualquier espacio donde se anuncie función.

En 1981 se creó Circuba: tercer festival de su tipo más antiguo del mundo, antecedido únicamente por el certamen de Monte-Carlo (1974) y el Festival del Circo del Mañana (Pista Joven en París, 1977).

La 16 edición, correspondiente al 2017, se inspira en las familias circenses y en las nuevas generaciones de artistas. Prestigiosos cirqueros del mundo viajan a través de la Isla a propósito del Festival. Recientemente estuvieron en Vueltabajo, recorriendo pequeñas comunidades y presentando el espectáculo temático Circo es en teatros y salas polivalentes.

“No se trata de un espectáculo tradicional; más bien procuramos contar una historia, reflejar diversos estados anímicos que sienten en una función espectadores y artistas, a través de un recorrido histórico por esta legendaria expresión escénica en sus más representativos géneros y variedades”, aseguró José Manuel Cordero Hernández, coordinador general de Circuba.

“Hemos invitado a solistas del Teatro Lírico Nacional y de la compañía lírica Ernesto Lecuona, que se van insertando dentro de los números en la pista”, agregó.

José Manuel dijo estar enfocado en dos nuevos espectáculos: El circo por siempre y Circuba eternamente, que el pueblo cubano podrá disfrutar en el 2018 y 2019 respectivamente.

En la Sala Polivalente de Pinar del Río, Guerrillero conversó con Monserrate, (Momo), una joven mexicana que presentó un acto de ula ula. Decenas de aros zarandeó con su cintura, brazos, cuello y piernas. Por momentos se formaba un plateado túnel metálico en derredor de su cuerpo. Momo, al igual que el resto de los artistas extranjeros presentes en la gira, corrió con todos los gastos de su viaje a Cuba:

“Nos aventuramos pues sabemos que nos llevaremos más de lo que podemos invertir económicamente. Ha sido hermoso ir a los sitios apartados, observar el entusiasmo de los campesinos. Ven a la guagua arribar y ya salen a recibir al circo. ¡Aplauden y gritan que da gusto! Creo que han de ir como 90 funciones y yo encantada, porque el circo es para mí, una forma de vivir”.

Antonio Ruiz Magaña, de 21 años, vino en representación de la Universidad Mesoamericana de Puebla, (México). Protagonizó un número de rueda aérea basado en la lucha encubierta en Cuba. Amor Clandestino, se tituló esta escena, donde participaron además una pareja de uruguayos -en una demostración de fuerza- y una muchacha que aventaba fuego.

“El proceso de preparación consistió en indagar sobre la historia de los cubanos, ver películas alegóricas al tema, montar la pieza de conjunto con un coreógrafo. Nadie se conocía entre sí. Nos dijeron de un día para el otro: ´Tienen que trabajar juntos´ y hemos disfrutado el reto. ¡Se arma algo muy padre, una amistad buena!

“El público cubano es exigente, sabe lo que está viendo, sabe qué es el circo y dónde hay calidad; pero a la vez se muestra acogedor.

Estando en la Habana, un señor viejito se acercó a felicitarme después de la función y me dijo que era de Santiago, que sus nietos estaban entusiasmados con mi trabajo y que cuando fuera por su tierra, yo tenía una casa a la cual llegar”.

Detrás del estrado y bajo las ropas brillantes, duelen a ratos los cuerpos, y los payasos no siempre sonríen, tienen sus vidas, como todos; pero en escena, la vida trascurre casi perfecta, porque el circo es tradición, familia, esperanza, es, -a decir de Julio Alberto Revolledo, historiador del arte circense en México- “el espacio de mayor libertad que el hombre ha creado para sí mismo, allí los seres humanos pueden realmente volar”.

 por Susana Rodríguez Ortega

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