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De mar, amores y familia

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Al llegar ya estaban en plena faena y no fue posible hacer un trasbordo directo, así que vinieron en bote y he de confesar que solo el fotógrafo fue hasta allá, las condiciones no me hicieron sentir segura para esa corta travesía, de cualquier forma, el despliegue que realizan también puede apreciarse desde lejos.

LA PESCAEl lance del chinchorro requiere de una complicada maniobra en la que hay hombres en el barco pesquero, otros en botes o sumergidos en el agua / Foto: Pedro Paredes

Crean armazones con troncos de guano, entrecruzándolos, las dejan caer en el fondo del mar y forman un hábitat artificial, alrededor del cual se incrementa la presencia de peces, una vez verificado por los buzos, proceden a tirar el chinchorro.

Una amplia red, con varias decenas de metros de largo, la despliegan desde el barco, con ayuda de botes y hombres a nado. El patrón da las voces de mando mediante señas, para dirigir toda la operación y proceder con el cierre.

De forma manual, sumergiéndose repetidamente, los pescadores van recogiendo el chinchorro. Arriba y abajo se auxilian de dos varas que van desplazando también mediante el braceo detrás del bote hasta tener una masa compacta de peces atrapados; la tarea lleva implícito la lucha contra aquellos ejemplares de gran talla que forcejean por salir.

Cuando los tienen agrupados, arrastran su preciosa carga hasta la embarcación y devuelven al mar las variedades exentas de captura por su posible toxicidad –como la picúa– o los de talla muy pequeña.

Las gaviotas y otras aves revoletean alrededor de ellos tratando de llevarse su parte, pero son solo una presencia que no interfiere con el trabajo.

Realizan toda esta operación cinco veces al día, tres por la mañana y dos por la tarde, sin importar la fuerza del oleaje, la temperatura u otros factores ambientales que añaden complejidad a la tarea.

Finalmente, el resultado de la pesca lo conservan en hielo en la nevera del barco para su posterior traslado a la industria y procesamiento.

La faena es ardua, agotadora y riesgosa, pero cada uno de los 10 tripulantes sabe exactamente qué hacer, cómo y cuándo, lo cual le confiera algo de belleza, pues parece como una coreografía cuidadosamente ensayada, solo que estos hombres no buscan aplausos del público, sino el sustento propio y de sus semejantes.

Una vez concluida la captura se acercan a nuestra embarcación para retornar al fotógrafo y entonces sí es posible entablar un diálogo.

CON ROSTRO

Mientras lo vi sobre el bote dirigiendo la pesca, tirarse al agua, nadar y trabajar hombro con hombro junto a la tripulación, me pareció un hombre maduro, pero jamás imaginé que tuviera 75 años: esa es la edad de Ramón Pino Rodríguez, quien lleva 52 años como patrón de barcos de pesca.

Procede de una numerosa familia: 22 hermanos de padre y madre y otros 14 fuera del matrimonio concebidos por su progenitor, posee 176 sobrinos, y afirma que es fácil querer a muchas personas.

Su rostro bronceado por el sol, no muestra estragos excesivos de la vida y parece más joven, asegura que no bebe ni fuma, aunque padece un mal de familia: la pasión excesiva por las faldas; tiene cinco hijos de diversos matrimonios, dos de sus descendientes trabajan con él y un hermano.En la foto de izquierda a derecha, Ariel, Ramón, Juan y Rolando, todos miembros de la familia Pino e integrantes de la tripulación del 331 / Foto: Pedro Paredes

También puede ser atribuible a un don genético lo de sobrellevar con éxito el rigor del mar, pues de los 94 años que acumula su padre, estuvo 81 trabajando como pescador. Al igual que él, sus hijos, siendo todavía adolescentes, comenzaron a bregar en tan dura labor y el relevo sigue, pues ya uno de sus vástagos está cursando estudios para titularse como patrón.

Me cuenta que su madre salía al mar para acompañar al esposo lo cual hace más comprensible la numerosa descendencia, también me dice que una periodista ya publicó esa historia y que definió a su papá como un lobo de mar y presume de ser fruto de él, de lo bien llevados que son, incluso con hermanos que han aparecido con el pasar de los años, pues hace poco conocieron a la mayor, y asegura: “es increíble, no crecimos juntos, no nos había visto nunca, sin embargo, nos quería”.

Siente orgullo por su familia, la de origen y la propia. mientras hablábamos hacían distintas bromas sus compañeros de nave, la risa y el afecto son talismanes que los ayudan a sortear la lejanía del hogar, la falta de confort en sus barcos y emprender cada jornada con renovados bríos.

Al preguntarle sobre la productividad deja salir la complacencia del hombre laborioso a la vez que afirma “este es siempre el primer “escamero” en cumplir todos los años”.

A diferencia de otros pescadores que no quieren a sus hijos como continuadores de sus pasos, Ramón disfruta que así sea. Lo interrogo sobre los riesgos y contesta “lo que hace falta es conocer el mar, yo enseñé a varios de mis hermanos y ahora a ellos”, confiado en que su sabiduría los mantendrá a salvo.

No habla del retiro, ni piensa en él: mientras tenga fuerzas y se sienta bien, seguirá pescando, así lo asegura este hombre sonriente, locuaz, sencillo, que en cualquier estadística al contabilizarle los años habría que catalogarlo como anciano, pero al conocerlo, mirarle el rostro y su corpulenta figura es fácil considerarlo joven.

Y MÁS

Después de las fotos y la entrevista, nos despedimos con un gesto de adiós y cada barco siguió su camino en direcciones opuestas. el de ellos a revisar otros pesqueros, así llaman a las armazones de guano que dejan con marcas en los fondos marinos para asegurar sus capturas, y nosotros en el Alecrín partimos en busca de las embarcaciones dedicadas a la captura de bonito.

Navegamos hasta las cercanías de la Isla de la Juventud, en la proximidad de Cabo Francés, pero la espera fue infructuosa: no pudimos darles alcance, aunque aprovechamos la vecindad a tierra y la señal en nuestros móviles para llamar a casa.

Para no desaprovechar la tarde y con la ayuda del patrón y el maquinista del Alecrín, logramos imágenes subacuáticas, luego fuimos a fondearnos por un punto probable de ingreso de los “boniteros” a las aguas de la plataforma para concertar el trabajo del día siguiente. El biólogo y el fotógrafo quisieron probar suerte y lanzaron sus pitas.

Hubo pesca, pero más expectativa que captura. Ya era noche cerrada cuando divisamos las luces de navegación de los que esperábamos, la luna también salió temprano y nos escoltó mientras buscábamos donde dormir, alejados de las corrientes y cerca de los que serían los protagonistas de la historia en otro día de navegación. Por Yolanda Molina Pérez /Fotos de Pedro Paredes Hernández.

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