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De pequeños una persona de 40 años ya nos parece un viejo; en la medida que crecemos y acumulamos experiencia y aumenta la edad, solemos reacomodar

los rangos para juventud y senectud, como si fuese algo modificable. Pero lo cierto es que el cambio ocurre en nosotros, y nos cuesta admitir que ya la juventud es solo un recuerdo.

Más allá del tiempo de vida lo verdaderamente importante es la forma en que transcurre este, el saldo de cosas buenas y malas que tenemos como patrimonio individual y no hablo de riquezas o acumulación de bienes, sino de satisfacciones espirituales y personales.

Se trata de estar complacidos con los derroteros tomados, porque es cierto que en ocasiones no hay elección, pero la mayoría de las veces somos nosotros mismos quienes construimos a partir de decisiones propias los caminos por los cuales transitamos.

Resulta mucho más fácil atribuir al destino, la suerte, los astros, las voluntades divinas y a cuanto nos parezca idóneo, los yerros cometidos: ya sabemos aquello de que la culpa nunca cae al piso, y olvidamos la cuota que aportamos al fracaso. Sin embargo, reconocerlo es la única manera de subsanarlo o al menos de poder seguir adelante, sin aferrarnos a lo que pudo ser y no fue.

Con el fin de año viene la renovación de las expectativas. Eso es sencillo, lo complicado es ajustar las maneras para conseguirlas y poder convertirlas en realidad.

Al pintor el cuadro no se le hace solo, como tampoco el novelista logra llevar la historia maravillosa al papel sin el proceso de escribirla; si el alumno no estudia no logrará buenos resultados en los exámenes; y si no somos capaces de esforzarnos para tener lo que deseamos, es poco probable que llegue por sí solo a nuestras vidas. La felicidad hay que hacerla.

Es a partir de pérdidas irreparables que valoramos en mayor medida las bondades que poseemos: familia, amor, salud; son bienes intangibles qu

e nos enriquecen cada día y no siempre son cuidados, protegidos y valorados en la magnitud necesaria.

No vamos a negar que muchas veces las carencias materiales gozan del poder arrancarnos la sonrisa del rostro y nos encogen hasta las ganas de vivir, pero a excepción de las plañideras en la antigüedad, no se gana dinero con lamentos, y el que llega al precio de perder la dignidad, termina envileciéndonos de modo que tampoco propicia dicha.

En fin de año levantamos el espíritu de la festividad, tiempo de reunión con amigos y familiares. Al decir de Silvio Rodríguez "de recuento y renovación", y nunca es tarde para un nuevo comienzo, porque estar vivos basta para que valga la pena de intentarlo una y otra vez.

Se fue el 2016. Este ya no podremos mejorarlo, pero los que vienen sí, al menos ese es el deseo que debe anidar en cada uno como fe inquebrantable, para encontrar los modos y las maneras de que así sea.

Desde Guerrillero llegue un mensaje de felicitación a todos los pinareños, estén donde estén, con el voto expreso de que no les falten las fuerzas para cada amanecer empezar un nuevo día con el ánimo de convertirlo en único y exclusivo, porque ese es el verdadero valor de la vida: disfrutarla a cada instante.

Un año más y contando, pero no con espíritu de cierre y conclusión sino de reinicio, de todas formas, el primero de enero el sol volverá a salir por el este, a ocultarse por el oeste y al terminar habrán transcurrido las primeras 24 horas del 2017, eso no lo podemos cambiar, pero sí estamos en condiciones de acercarnos a él con ansias de hacerlo nuestro.

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